tag:blogger.com,1999:blog-20713179899117275742024-02-20T16:41:47.036+01:00DIARIO ERÓTICO DE UN SOLTERO MUY IMAGINATIVOEl autorhttp://www.blogger.com/profile/12461861254325604300noreply@blogger.comBlogger3125tag:blogger.com,1999:blog-2071317989911727574.post-12211758915531187062006-12-10T01:56:00.000+00:002006-12-10T19:44:32.277+00:00CAPÍTULO TERCERO: POR DETRÁS<div align="justify"><span style="font-family:Verdana;font-size:130%;">Iba a hacer un gesto de sorpresa cuando me fijé más detenidamente en la cara del primer retrato: Era ella, sentada en aquella misma silla que yo había visto en la terraza. Y al lado, en el otro cuadro otro desnudo. Su hermana y ella, asomadas a un balcón pero mirando hacia atrás. Dos culos casi mellizos y uno de ellos lo acababa de tener yo ante mis ojos.<br />Disimulé, ella bajaba, sus tacones lo anunciaban contundentemente. Venía despacio, altiva, exhibiéndose, sabiéndose contemplada, por primera vez aprecié en su cara un gesto de picardía. Me miraba sonriente mientras sus pechos bailoteaban al ritmo de sus pasos, daban ganas de sujetarlos, de morderlos, de apretarlos y exprimirlos. Aguanté como pude.<br />- Traigo una foto que quiero que veas mientras coloco este álbum ahí arriba, toma –me dijo divertida mirándome de reojo.<br />Se dirigió de nuevo al armario de enfrente y se puso de puntillas esforzándose en vano en llegar a la última balda. De nuevo ante mí esa espléndida visión, ese maravilloso culo redondo, firme y terso que me atraía insistentemente. Yo me levanté para ayudarla, siendo muy consciente de lo que iba a pasar y deseándolo con todas mis fuerzas. Me puse detrás de ella, contactando cuidadosamente con su trasero, con un leve pero firme e inequívoco empujoncito, mientras con una mano tomaba su álbum y con la otra acariciaba intensamente su cintura. Ella se quitó las bragas en un solo gesto experto, se apretó contra mi pelvis, echó sus brazos hacia atrás y sujetando mi pantalón frotaba su desnudo culo contra mí. Besé su nuca, recorrí su brazo desde la muñeca al hombro con mi dedo anular, mientras hundía mi mano entre sus piernas. Cuando al cabo de un rato lanzó un suspiro de placer fui subiendo mis manos por su vientre hasta tropezarme con sus tetas grandotas, rubicundas, tersas, enhiestas, jadeantes, en permanente subibaja. Dio un gritito.<br />Ella me dejaba hacer sin darse la vuelta, buscando siempre el máximo contacto. De pronto, a mí me pareció que con gran maestría me desabrochó el pantalón y sacó al exterior mi miembro. Siempre de espaldas lo acarició un par de veces, llevando su mano hasta el último rincón como si quisiese asegurarse de su tamaño o de su firmeza y dobló su cintura, apoyándose en los estantes más bajos de aquella librería ofreciéndome para mi placer aquella parte de su cuerpo que tanto había exhibido ante mí. Aquello superaba mis más optimistas esperanzas, nunca me habría atrevido a soñar con un momento así. Experto como era entré y salí de aquella maravillosa cripta con toda mi energía cuantas veces consideré necesario para que ella gozara con toda la intensidad. Empezó con un suspiro profundo, luego siguió un grito apejnas contenido y por último gritó y chilló sin freno. Mis manos acariciaban, sobaban, manoseaban, apretaban y se divertían con los más dulces pezones que jamás habían tenido entre sus dedos. Los vecinos tenían que estar escuchando. Ella mientras tanto se agarraba fieramente al armario y sin separarse de mi ni un solo segundo hacía girar sus caderas como la más avariciosa puta. Cuando yo ya no podía más me dejé ir, liberando mis fuerzas como explota un volcán en el interior de aquel hipogeo que tan cálidamente me había recibido. Nos dejamos caer al suelo entre risas, jadeos y sudores. Nos quedamos mirándonos y ella lanzó a los cuatro vientos un hurra que oyeron hasta en el centro de la ciudad.<br />De pronto se sintió la puerta, alguien iba a entrar y pillarnos en esa situación. Como seguía vestido intenté disimular, levantarme apresuradamente y sentarme en el sofá, pero ella no sólo no se inmutó sino que entre risas me cogió de la mano y me lo impidió. En sólo dos pasos la hermana se plantó delante de nosotros. Más alta y delgada, más imaginativa y burguesa se había dejado media melena rubia. Venía tan correctamente vestida que parecía una funcionaria en un día de fiesta.<br /> - Vaya, después de cuánto tiempo a quién me encuentro aquí!!!<br />- Lo siento, guapa, llegas tarde, me ha resistido menos de lo que pensábamos y ya hemos terminado- dijo la hermana desde el suelo.<br />- -¿Cómo?-pregunté temiendo comprender.</span></div>El autorhttp://www.blogger.com/profile/12461861254325604300noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2071317989911727574.post-70761498710879121612006-12-08T13:00:00.000+00:002006-12-09T00:23:56.560+00:00CAPÍTULO DOS: Los cuadros<div align="justify"><span style="font-family:verdana;font-size:130%;">Confieso que me quedé un tanto cortado cuando me enteré que iba a vivir a mi lado la chica con quien tantos años atrás había descubierto el amor y el sexo. Yo acababa de volver al pueblo, me estaba instalando en mi reluciente adosado y acababa de descubrirla tomando el sol en la terraza de al lado. Y bien ligera de ropa, vive Dios.<br />No sé si tardé en conocerla porque me dediqué a contemplarla o la contemplaba porque me era imposible conocerla. Me la encontré sentada en aquella silla de madera exótica, con gafas de sol y una enorme pamela casi tapándole la cara por completo, con los pechos al descubierto, a duras penas tapados por un finísimo pañuelo que le caía desde los hombros. Y sólo a tres metros de mí..... Me quité la camisa y estuve diez minutos escrutándola con delectación, observando aquellos pies delicadamente tatuados, las uñas pintadas de rojo fuego, una cadena en el tobillo izquierdo, los muslos, las generosas caderas.....<br />Desempaqueté cuidadosamente mi colección de copas de cristal, lavé una y descorché un Valbuena del 98. Fino, elegante, carnoso, fresco, largo y con una excelente persistencia, me pareció el acompañamiento ideal para celebrar aquella visión. Imposible saber quién era pero no me aburría de mirarla con descaro a pesar de que ella ya me tenía que haber visto... Y oído, de mi terraza salían sin complejos las notas del Cuarteto de Cuerdas número uno de Luigi Boccherini interpretado por el cuarteto Esterházy. Jaap Schröder y Alda Stuurop atacaban al violín uno de los pasajes más hermosos, pero si en mi pantalón había empezado a surgir un impetuoso bulto no era por ellos ni por Boccherini.<br />De pronto ella se levantó y usando la pamela para esconder discretamente sus pechos se dirigió a mí y antes de que pudiese disimular me llamó repetidamente por mi nombre. Cuando absolutamente sorprendido respondí afirmativamente se quitó las gafas de sol, levantó los brazos hacia mí y el sombrero cayó mansamente al suelo sin que nadie hiciese nada por impedirlo. Apoyados sobre la barandilla que nos separaba nos abrazamos intensamente. Yo notaba claramente sus carnosos pechos dándome calor y adhiriéndose fieramente a mi piel, notaba la presión de su respiración y el leve ascenso cada vez que tomaba aire, no habría querido soltarme de aquel abrazo por nada del mundo. Cuando por fin se separó me dijo que me encontraba tan joven como siempre, me miró de arriba abajo para comprobarlo, reparó en mi pantalón y dijo algo de lo lanzado que yo siempre había sido. Sonreí torpemente y bajé la cabeza avergonzado.<br />Teníamos mucho de qué hablar y me hizo pasar a su casa. La verdad es que me hice de rogar un tanto, más que nada para no parecer tan interesado como estaba. Me abrió sin esperar a que llamara, se había puesto una batita japonesa casi tan transparente como el pañuelo con el que un rato antes había pretendido tapar sus senos y me hizo pasar hasta el salón. Nos sentamos no sin habernos dado otro par de sonoros besos y pasamos a hablarnos de nuestras respectivas vidas. Yo le conté por qué caminos había transcurrido mi vida y cuando le pregunté por la suya esquivó con cierta torpeza el dato, aludiendo nerviosamente a nuestras correrías de juventud. Se inclinó sobre la mesa y me enseñó un motón de fotos que parecían a punto de colocar en el álbum que allí estaba.<br />Me acerqué a ella para verlas. La observé mientras señalaba las fotos: tenía el pelo extremadamente corto, aún conservaba ese estilo garçon que siempre me había absorbido el seso. De pronto se acordó de algo, se levantó al armario de enfrente y fue a cogerlo. Tuvo que ponerse de puntillas y estirarse, la bata japonesa se subió en aquel intento y me proporcionó una generosa visión de su culo, redondo, carnoso y prieto. Unos años atrás yo no lo habría dudado y me habría lanzado sin miramientos, pero ahora, con tanto tiempo pasado en medio, no sabía cómo obrar y eso que la tentación era grande y largamente mantenida en el tiempo, que ella no lograba encontrar lo que buscaba y yo no podía apartar la vista de aquellas redondeces, tan generosamente expuestas ante mí gracias a un minúsculo tanga que se había introducido entre los dos glúteos. Tenía que reprimirme las enormes ganas de ir hacia ella y amasar con dulzón placer aquellas posaderas tan suaves y deseables, dispuesto a emplear en ello todo el tiempo que me sobraba en la vida.<br />Ah, ya sé dónde están- dijo.<br />Salió precipitadamente a buscar algo, dejándome sólo en el salón. Mientras esperaba observé los cuadros que estaban sobre el aparador. Me di cuenta a la primera: eran dos desnudos de Reviro, uno de los pintores más cotizados, más caros y más comentados entre las nuevas generaciones de entendidos por la delicadeza del trazo y sus juegos de sombras y colores. Iba a hacer un gesto de sorpresa cuando me fijé más detenidamente en la cara del primer desnudo: Era ella, sentada en aquella misma silla que yo había visto en la terraza. Y al lado, en el otro cuadro otro desnudo. Su hermana y ella, de espaldas, asomadas a un balcón pero mirando hacia atrás. Dos culos casi mellizos y uno de ellos lo acababa de tener yo ante mis ojos.<br />Disimulé, ella bajaba, sus tacones lo anunciaban contundentemente.</span> </div>El autorhttp://www.blogger.com/profile/12461861254325604300noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2071317989911727574.post-41608308657207600912006-12-07T08:20:00.000+00:002006-12-08T12:18:54.108+00:00CAPITULO UNO: LA FERIA<div align="justify"><span style="font-family:verdana;font-size:130%;">Yo ya me había acostado con ella y antes de que me tocase la lotería. No fueron más que un par de veces, y un tanto casuales, pero siempre fueron un buen recuerdo y nos facilitaron el camino de lo que vino después.<br />De chavales habíamos sido novietes y habíamos pasado juntos alguna tarde especialmente entretenida en la discoteca o habíamos ido alguna tarde al cine sin que la película tuviera el más mínimo interés para nosotros. Siempre me gustó, su pelo siempre muy corto y de un color llamativo, alta y estilizada pero un tanto entrada en carnes frescas y tiernas. Eso era lo que más me gustaba de ella, sus carnosos mofletes tenían un levísimo subibaja al andar que daban ganas de pellizcarles o de darles un mordisco. Sólo había algo que me gustaba más que sus mofletes, sus pechos, claro. “Bailarines”, me decía yo cada vez que me encontraba con ella por la calle. Sobre todo si venía de frente.<br /> Nuestro primer escarceo sexual fue durante las fiestas. La noche anterior yo había estado viendo los fuegos artificiales con su hermana en las inmediaciones del polideportivo. Llegábamos tarde y sólo quedaba buen sitio junto a la pared exterior del frontón. Ella fue a apoyarse pero no quiso mancharse y me apoyé yo. Ella se colocó delante de mí. Sólo cinco minutos más tarde se dejó caer lentamente hacia mí, apoyando primero su espalda y el resto de su anatomía sólo unos minutos más tarde. Y me excité. Me excité mucho y ella no tardó en notarlo. Sin separarse se volvió, sonrió y empezó a mover sus caderas lenta y discretamente, sin llamar la atención, en repetidos círculos, apretándose contra mí. Yo acerté a levantar mis manos, pasarlas por debajo de su blusa y acariciarle los pechos una y otra vez, eternamente, no dejé ni un milímetro sin repasar mientras le besaba el cuello y la nuca. Cuando todo acabó nos reintegramos al grupo de amigos sin hacernos ningún comentario.<br />Allí estaba ella, enseguida destacaba su cabeza de color zanahoria, con evidente mal humor. Intranquila por la prologada ausencia de su hermana se había enfadado y se había autoexcluido del grupo que formábamos los demás. Se marchó con muchos aspavientos y dándonos la espalda se acodó en la barra del bar y pidió un cubalibre. Y luego otro, momento en el que yo me acerqué.<br />Me la llevé al parque para que no siguiera bebiendo, a las espaldas de la verbena donde estaba medio pueblo. Apenas llegamos, se tumbó cuan larga era en un banco. Intenté hablarle pero no me contestaba, sólo fruncía el ceño y volvía la cabeza para el respaldo del banco. Cansado de hablar y de tratar de razonar me senté en el suelo, delante de ella, apoyando mi espalda en el borde del asiento del banco. De pronto calló y puso su mano en mi hombro. La dejó bajar lentamente, no sin cierta inseguridad, por mi pecho, rascándome dulcemente y sin complejos con la uña en la tetilla, terminando por abrazarme levemente. Siguió bajando hasta mi pantalón. Ahí dejó la mano, apretando y acariciándome entre las piernas. La miré y me sonreía y lloraba a la vez. Yo no quería levantarme para no cortar aquel momento pero me sentí obligado a intentar besarla. Ella me lo impidió mientras con destreza bajaba mi cremallera e introducía la mano. Eché la cabeza atrás y me besó sin que yo me atreviera a oponerle resistencia.<br />Cuando todo acabó me cogió mi mano y la puso sobre su pecho, noté cómo temblaba, cómo se endurecía y cómo vibraba. Quería que la apretara y la besara, pero oímos a lo lejos unas voces y unas risas.<br /><br />-Esto no ha pasado, me oyes, nunca, no ha pasado- cortó con seriedad.<br /><br />Nos fuimos y, efectivamente, nunca hablamos de ello. En un par de semanas la universidad me reclamaría y nuestras vidas seguirían caminos distintos. Cuando volvimos a vernos habían pasado varios años y aparentemente ambos éramos profesionales que regresábamos a nuestro pueblo aprovechando una época de bonanza económica. Diversas empresas se estaban estableciendo y la construcción vivía un época dorada. Yo empecé a trabajar en el gabinete económico de uno de los potentados del pueblo y ella... Los chalés adosados, esa plaga que inunda la España burguesa, crecían por todo el pueblo. Yo me compré uno y cuando me trasladé a él descubrí que ella era la vecina de al lado. </span></div>El autorhttp://www.blogger.com/profile/12461861254325604300noreply@blogger.com