Iba a hacer un gesto de sorpresa cuando me fijé más detenidamente en la cara del primer retrato: Era ella, sentada en aquella misma silla que yo había visto en la terraza. Y al lado, en el otro cuadro otro desnudo. Su hermana y ella, asomadas a un balcón pero mirando hacia atrás. Dos culos casi mellizos y uno de ellos lo acababa de tener yo ante mis ojos.
Disimulé, ella bajaba, sus tacones lo anunciaban contundentemente. Venía despacio, altiva, exhibiéndose, sabiéndose contemplada, por primera vez aprecié en su cara un gesto de picardía. Me miraba sonriente mientras sus pechos bailoteaban al ritmo de sus pasos, daban ganas de sujetarlos, de morderlos, de apretarlos y exprimirlos. Aguanté como pude.
- Traigo una foto que quiero que veas mientras coloco este álbum ahí arriba, toma –me dijo divertida mirándome de reojo.
Se dirigió de nuevo al armario de enfrente y se puso de puntillas esforzándose en vano en llegar a la última balda. De nuevo ante mí esa espléndida visión, ese maravilloso culo redondo, firme y terso que me atraía insistentemente. Yo me levanté para ayudarla, siendo muy consciente de lo que iba a pasar y deseándolo con todas mis fuerzas. Me puse detrás de ella, contactando cuidadosamente con su trasero, con un leve pero firme e inequívoco empujoncito, mientras con una mano tomaba su álbum y con la otra acariciaba intensamente su cintura. Ella se quitó las bragas en un solo gesto experto, se apretó contra mi pelvis, echó sus brazos hacia atrás y sujetando mi pantalón frotaba su desnudo culo contra mí. Besé su nuca, recorrí su brazo desde la muñeca al hombro con mi dedo anular, mientras hundía mi mano entre sus piernas. Cuando al cabo de un rato lanzó un suspiro de placer fui subiendo mis manos por su vientre hasta tropezarme con sus tetas grandotas, rubicundas, tersas, enhiestas, jadeantes, en permanente subibaja. Dio un gritito.
Ella me dejaba hacer sin darse la vuelta, buscando siempre el máximo contacto. De pronto, a mí me pareció que con gran maestría me desabrochó el pantalón y sacó al exterior mi miembro. Siempre de espaldas lo acarició un par de veces, llevando su mano hasta el último rincón como si quisiese asegurarse de su tamaño o de su firmeza y dobló su cintura, apoyándose en los estantes más bajos de aquella librería ofreciéndome para mi placer aquella parte de su cuerpo que tanto había exhibido ante mí. Aquello superaba mis más optimistas esperanzas, nunca me habría atrevido a soñar con un momento así. Experto como era entré y salí de aquella maravillosa cripta con toda mi energía cuantas veces consideré necesario para que ella gozara con toda la intensidad. Empezó con un suspiro profundo, luego siguió un grito apejnas contenido y por último gritó y chilló sin freno. Mis manos acariciaban, sobaban, manoseaban, apretaban y se divertían con los más dulces pezones que jamás habían tenido entre sus dedos. Los vecinos tenían que estar escuchando. Ella mientras tanto se agarraba fieramente al armario y sin separarse de mi ni un solo segundo hacía girar sus caderas como la más avariciosa puta. Cuando yo ya no podía más me dejé ir, liberando mis fuerzas como explota un volcán en el interior de aquel hipogeo que tan cálidamente me había recibido. Nos dejamos caer al suelo entre risas, jadeos y sudores. Nos quedamos mirándonos y ella lanzó a los cuatro vientos un hurra que oyeron hasta en el centro de la ciudad.
De pronto se sintió la puerta, alguien iba a entrar y pillarnos en esa situación. Como seguía vestido intenté disimular, levantarme apresuradamente y sentarme en el sofá, pero ella no sólo no se inmutó sino que entre risas me cogió de la mano y me lo impidió. En sólo dos pasos la hermana se plantó delante de nosotros. Más alta y delgada, más imaginativa y burguesa se había dejado media melena rubia. Venía tan correctamente vestida que parecía una funcionaria en un día de fiesta.
- Vaya, después de cuánto tiempo a quién me encuentro aquí!!!
- Lo siento, guapa, llegas tarde, me ha resistido menos de lo que pensábamos y ya hemos terminado- dijo la hermana desde el suelo.
- -¿Cómo?-pregunté temiendo comprender.
Disimulé, ella bajaba, sus tacones lo anunciaban contundentemente. Venía despacio, altiva, exhibiéndose, sabiéndose contemplada, por primera vez aprecié en su cara un gesto de picardía. Me miraba sonriente mientras sus pechos bailoteaban al ritmo de sus pasos, daban ganas de sujetarlos, de morderlos, de apretarlos y exprimirlos. Aguanté como pude.
- Traigo una foto que quiero que veas mientras coloco este álbum ahí arriba, toma –me dijo divertida mirándome de reojo.
Se dirigió de nuevo al armario de enfrente y se puso de puntillas esforzándose en vano en llegar a la última balda. De nuevo ante mí esa espléndida visión, ese maravilloso culo redondo, firme y terso que me atraía insistentemente. Yo me levanté para ayudarla, siendo muy consciente de lo que iba a pasar y deseándolo con todas mis fuerzas. Me puse detrás de ella, contactando cuidadosamente con su trasero, con un leve pero firme e inequívoco empujoncito, mientras con una mano tomaba su álbum y con la otra acariciaba intensamente su cintura. Ella se quitó las bragas en un solo gesto experto, se apretó contra mi pelvis, echó sus brazos hacia atrás y sujetando mi pantalón frotaba su desnudo culo contra mí. Besé su nuca, recorrí su brazo desde la muñeca al hombro con mi dedo anular, mientras hundía mi mano entre sus piernas. Cuando al cabo de un rato lanzó un suspiro de placer fui subiendo mis manos por su vientre hasta tropezarme con sus tetas grandotas, rubicundas, tersas, enhiestas, jadeantes, en permanente subibaja. Dio un gritito.
Ella me dejaba hacer sin darse la vuelta, buscando siempre el máximo contacto. De pronto, a mí me pareció que con gran maestría me desabrochó el pantalón y sacó al exterior mi miembro. Siempre de espaldas lo acarició un par de veces, llevando su mano hasta el último rincón como si quisiese asegurarse de su tamaño o de su firmeza y dobló su cintura, apoyándose en los estantes más bajos de aquella librería ofreciéndome para mi placer aquella parte de su cuerpo que tanto había exhibido ante mí. Aquello superaba mis más optimistas esperanzas, nunca me habría atrevido a soñar con un momento así. Experto como era entré y salí de aquella maravillosa cripta con toda mi energía cuantas veces consideré necesario para que ella gozara con toda la intensidad. Empezó con un suspiro profundo, luego siguió un grito apejnas contenido y por último gritó y chilló sin freno. Mis manos acariciaban, sobaban, manoseaban, apretaban y se divertían con los más dulces pezones que jamás habían tenido entre sus dedos. Los vecinos tenían que estar escuchando. Ella mientras tanto se agarraba fieramente al armario y sin separarse de mi ni un solo segundo hacía girar sus caderas como la más avariciosa puta. Cuando yo ya no podía más me dejé ir, liberando mis fuerzas como explota un volcán en el interior de aquel hipogeo que tan cálidamente me había recibido. Nos dejamos caer al suelo entre risas, jadeos y sudores. Nos quedamos mirándonos y ella lanzó a los cuatro vientos un hurra que oyeron hasta en el centro de la ciudad.
De pronto se sintió la puerta, alguien iba a entrar y pillarnos en esa situación. Como seguía vestido intenté disimular, levantarme apresuradamente y sentarme en el sofá, pero ella no sólo no se inmutó sino que entre risas me cogió de la mano y me lo impidió. En sólo dos pasos la hermana se plantó delante de nosotros. Más alta y delgada, más imaginativa y burguesa se había dejado media melena rubia. Venía tan correctamente vestida que parecía una funcionaria en un día de fiesta.
- Vaya, después de cuánto tiempo a quién me encuentro aquí!!!
- Lo siento, guapa, llegas tarde, me ha resistido menos de lo que pensábamos y ya hemos terminado- dijo la hermana desde el suelo.
- -¿Cómo?-pregunté temiendo comprender.